En este artículo hablamos sobre tres creencias y mitos frecuentes sobre las relaciones de pareja que podemos ilustrar con tres frases que seguro has escuchado o dicho alguna vez: “La culpa del problema es de este momento actual”, “Mi pareja ya no me hace feliz” y “Ya no siento lo mismo”.
En muchas ocasiones tendemos a atribuir una causa externa como la culpable de la situación actual de la relación ya que suele ser una salida mucho más cómoda a la hora de no asumir una culpa personal o compartida que requiere de un rol activo para su solución. Esta “Causa externa” se puede dividir en dos tipos: “Causas ajenas a la pareja” y “Causas relacionadas con uno de los miembros de la pareja”.
Dentro del primer grupo podemos encontrar algunas frases y pensamientos como son: “Dentro de X tiempo cuando X evento ocurra será diferente”. Ese evento X puede ser muy variable en función de la edad o momento vital de las personas que componen la pareja y puede abarcar aspectos tan diversos como vivir juntos, terminar los estudios, trabajar de forma estable o con un mejor nivel de ingresos, tener hijos, etc.
El otro tipo de causa externa que se utiliza para negarse a formar parte activa en un proceso de cambio o búsqueda de soluciones es aquella que va dirigida a la otra parte de la pareja. En este caso podríamos definir dos tipos de “culpa”. Por una parte, la promesa asumida de que se producirá un cambio cuando un evento, como podría ser cualquiera de los mencionados anteriormente tenga lugar en la otra persona y, por otra parte, la negativa a ser parte activa de un proceso de solución o cambio hasta que la otra parte no realice el esfuerzo de cambio en primer lugar por un convencimiento de que una parte está dando o esforzándose más que la otra y no hará más hasta que la otra se ponga “a su nivel”.
En ambas situaciones lo que se asume es que estamos ante un problema sin solución porque “no tenemos capacidad de actuación” sobre él, siendo especialmente peligroso cuando la culpa se dirige de una parte de la pareja a la otra, obligando a esta a asumir la responsabilidad de solucionar la situación actual al tiempo que la parte acusadora se desmarca como parte del problema.
La realidad es que, aunque cómodo, asumir de base que los problemas se deben a una causa externa, solo colabora a agravar la situación, ya que por una parte se produce un estancamiento del problema que irá haciendo merma en la pareja, al tiempo que se afianza el convencimiento en forma de “acto de fe” de que cuando llegue ese evento marcado todo se solucionará por si mismo, provocando una gran crisis cuando dicho evento llega y la situación no se soluciona ya sea porque el evento en si no era el responsable del problema, o porque dicho problema se ha agravado tanto con el paso del tiempo que el evento por si mismo no tiene capacidad suficiente como para curar la “herida” que ha ido creciendo a causa de mantenerlo estancado tanto tiempo.
El segundo mito de la pareja que, por cómo funciona, podemos juntarlo con el tercero hace referencia a los conceptos de felicidad y amor: “ya no me hace tan feliz” o “ya no siento lo mismo”. En primer lugar, tenemos que entender cómo funciona la “felicidad” y el “enamoramiento”. Ojo, no confundir el enamoramiento, que es a lo que se hace referencia al decir “ya no siento lo mismo” con el amor ya que nada tienen que ver uno con otro.
La sensación de felicidad y el enamoramiento son emociones, y, como todas las emociones, se produce químicamente en nuestro cerebro por la activación o inhibición de ciertos mecanismos dando como resultado la percepción de la emoción en si misma. Estas emociones son pasajeras y, precisamente, si estas en algún momento dejan de ser pasajeras y se estancan se convierten en trastornos. Por ejemplo, estar triste un día no es un problema, es algo perfectamente normal en todos los individuos, pero cuando esa sensación de tristeza no desaparece con el paso el tiempo podemos encontrarnos ante un trastorno de depresión.
Una vez explicada la fugacidad de las emociones, hay que explicar cómo funciona nuestro cerebro cuando algo nuevo le gusta con un ejemplo simple. Pensad en un hobbie o un amor de verano que hayáis tenido al tiempo que yo os explico un hobbie que tuve en mi adolescencia con un videojuego. Los primeros días, por no decir semanas, que lo jugué no necesitaba comer, dormir ni realizar ningún tipo de actividad que no fuera estar jugando toda la noche hasta el día siguiente y en mis tiempos de descanso solo buscaba información, guías, vídeos y cualquier tipo de cosa relacionada con el juego para ponerla en práctica luego. Esta situación la mantuve durante unos meses a lo largo de los cuáles fui reduciendo gradualmente el tiempo que jugaba, así como la información o vídeos que buscaba sobre el juego hasta que, llegaron los exámenes y estuve una semana sin jugar. Al terminar los exámenes y jugar de nuevo me di cuenta de que si, seguía pasándolo bien, pero no era lo mismo, ya no quería encerrarme todo el día en mi ordenador con él.
Esta situación ocurre siempre que nuestro cerebro descubre algo nuevo y nos atrae. Es un proceso en el que la emoción sentida pasa por tres fases: Una fase inicial de subidón en la que nuestro cerebro nos “emborracha de felicidad”, una segunda fase de bajón tras acostumbrarse a ese estímulo y ya no ser tan novedoso y atractivo y una tercera fase en la que se puede producir una ligera subida hasta estabilizar de esa emoción.
Con las parejas ocurre lo mismo, tenemos una fase inicial de subidón en la que queremos estudiarlo todo sobre ellas, no dormimos, no comemos, pasamos horas y horas hablando, pensando, etc. y luego como si fuera casi de un día para otro nos “acostumbramos” a ellas y ya “no nos hacen felices”.
Este proceso es perfectamente normal y lo patológico sería abandonar una relación cada vez que termina el enamoramiento, ya que al final el individuo se convierte en un adicto a las sustancias que segrega su cerebro cuando conoce a alguien, haciendo que cada vez se produzcan “relaciones” mucho más cortas e intensas hasta que llega un punto que simplemente estas dejan de despertar emoción ninguna. El error entonces de esta creencia o mito es asumir que tu felicidad proviene de la otra persona, como si esta fuera una de fuente mágica de abastecimiento.
En definitiva, no es lo mismo estar feliz o enamorado que ser feliz o amar. Las dos primeras son emociones y como buenas emociones que son, son pasajeras, mientras que ser feliz o amar son dos sentimientos estables que hacen referencia a vivir dentro de un entorno seguro de bienestar, confianza, cariño, protección, apoyo y pertenencia.

