Todo joven llega a un momento de su vida en el que tiene que tomar ciertas decisiones encaminadas a responder la gran pregunta que se nos realiza a todos desde que comenzamos a ir al colegio “¿Qué quieres ser de mayor?”.
Esa gran pregunta que no nos sentimos suficientemente preparados para responder toma una importancia mayor cuando comenzamos a decantarnos por determinadas ramas educativas en torno a los 16 años, condicionando en gran parte nuestra evolución laboral futura por escoger o no escoger ciertas materias relacionadas con determinados sectores laborales.
Ciertamente, aunque resulta complicado que un joven de 16 años pueda tener claro qué quiere hacer con su futuro, debe responder en cierto modo a esa pregunta eligiendo una rama concreta de estudios. A partir de ese momento, comienza una cuenta atrás inaplazable que llega a 0 en el momento de terminar sus estudios y elegir su futuro definitivamente a través de la incorporación directa al mercado laboral, estudios de formación profesional, estudios universitarios, etc.
Este gran dilema no debería ser tal en caso de contar con una buena orientación académica y laboral, aunque en la gran parte de los casos, esta resulta más bien escasa en su propósito de ayudar al joven a tomar una decisión madurada.
Echando la vista atrás hacia el momento en el que llegó el día marcado en el colegio para realizar esa sesión de orientación (si, solo era un día y mi turno duró unos 20 minutos de reloj) y escuchando diferentes experiencias de compañeros más jóvenes, de los que podría esperarse haber recibido una orientación más completa debido a la propia evolución del mundo en lo relacionado al acceso de la información, veo que no hemos avanzado tanto como cabría esperar.
Antes de continuar me gustaría destacar que la “culpa” de este ineficaz sistema de orientación no se debe a una dejadez o falta de interés de los centros educativos en el tema, sino a una falta de implicación por parte de las instituciones en involucrar la orientación académica dentro de los planes educativos, así como a una falta de recursos en los centros para llevarla a cabo correctamente.
Una correcta orientación educativa debería ir más allá de preguntar al alumno qué le gustaría hacer y hacerle un par de vagos consejos en base a su expediente académico y su puntuación en ciertas materias determinando que es “bueno” o “malo” para ciertas actividades.
De esta forma, una correcta orientación educativa debería al menos realizarse bajo un estudio complejo que conjugue tanto las aptitudes del alumno como sus propios intereses, ofreciendo un abanico de opciones diverso en el que el alumno no solo lea el “título” de la formación o puesto de trabajo en si mismo, sino que conozca realmente los contenidos de estas formaciones, que vea las tareas realizadas en estos trabajos, su demanda actual en el mercado laboral y competencia, su banda salarial, el rango de edades o formaciones complementarias preferido por las empresas para contratar personal de ese sector, si requieren de idiomas y un largo etcétera que permita al alumno tener una visión clara del mundo real y por tanto poder tomar ciertas decisiones más razonadas.
Por no dejar de soñar, si algún día lográramos llegar a este mundo ideal donde la orientación educativa realmente oriente, imagino que en ese mundo también se enseñaría al alumno a aspectos esenciales como redactar un cv, entender una nómina, la diferencia entre salario bruto y neto, IRPF… y ya si ese mundo fuera muchísimo más ideal, seguro que también le hablarían sobre emprendimiento en tanto a cómo formar una empresa, requisitos, regulaciones, etc.
Quiero pensar que algún día la orientación académica tendrá la importancia que se requiere y que no será necesario que nuestros jóvenes tengan que aprender cómo funciona el mundo a base de “palos” en forma de contratos ilegales, condiciones precarias y puedan tener todo el conocimiento necesario para tomar las riendas de su futuro sin tener que pasar por todo este proceso.
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