woman, body, pain-5941896.jpg

¿Por qué tus emociones afectan a tu salud? Somatización

Todos los años llegan los meses de invierno y parece que todo el mundo a tu alrededor, incluido tú, cae como moscas ante catarros, gripes o los popularmente conocidos como virus de 24h horas y todos tendemos a conocer a ese amigo o familiar que parece que nunca coge un solo resfriado mientras que otras personas no han terminado de superar uno y ya empiezan con el siguiente.

Bueno esta situación seguro que resulta familiar, del mismo modo que, posiblemente, todos podamos conocer a alguien que parece tener cierta tendencia a sufrir síntomas o enfermedades como virus estomacales, migrañas, insomnio, falta de apetito o dolores musculares pese a no tener una gran exposición como pueda ser un trabajo pesado.

En el caso de los virus de invierno parece que tenemos al culpable más o menos localizado, pero ¿Qué les ocurre a estas personas que pese a ir al médico y realizarse análisis y pruebas parece que ninguno encuentra una causa a estos problemas? Bueno, posiblemente esto ocurra porque el causante de su enfermedad sea simplemente él mismo. Para entender esto expliquemos de forma sencilla cómo reacciona nuestro cuerpo ante una situación de estrés.

Pongamos por ejemplo a una persona cuyos lazos con un familiar cercano o su pareja se han deteriorado por una causa “X”. En este caso su organismo ha recibido un estímulo estresor que le genera un malestar a nivel emocional y, por supuesto, no va a querer mantener esta situación desagradable mucho tiempo y activará una serie de mecanismos para asegurarse de ello.

El primer paso es el “estado de alerta”. Nuestro cuerpo va a “ayudarte” a que resuelvas el problema y para ello comenzará a abandonar o prestar menos atención a algunas funciones no esenciales para que tengas un mayor nivel de recursos y energía para que resuelvas el problema, como por ejemplo reducir las ganas de dormir o comer o la disminución del deseo sexual. En definitiva, tu cuerpo hará una lista de cosas que “no necesitas” para vivir y destinará los recursos que usaba en ellas para mantener tu estado de alerta.

Este mecanismo de reajuste, sin embargo, tiene un problema ya que el que está “pagando” la factura de este reajuste es el sistema inmune. Durante el estado de alerta, nuestro cuerpo mantiene altos niveles de hormonas y neurotransmisores como la adrenalina o el cortisol, siendo esto un proceso agotador para nuestro sistema inmune que no será capaz de trabajar de forma correcta.

Este agotamiento del sistema inmune nos hará mucho más susceptibles a contraer enfermedades externas que, en una situación funcionamiento normal, podría haber combatido de forma sencilla.

Esto quizá explique por qué ciertas personas parecen más susceptibles a contraer enfermedades o que estas permanezcan más tiempo hasta ser superadas, pero ¿Qué ocurre cuando el estresor se mantiene?

Bueno, cuando el factor estresor se mantiene en el organismo ya sea porque no atendemos a esta amenaza o porque no somos capaces de darle una “respuesta”, nuestro cuerpo nuevamente se encargará de “motivarnos” a solucionarlo, aunque en este caso no será tan amable con nosotros.

Ahora sí, llegamos a la somatización, que coloquialmente hablando podría definirse como la enfermedad que nosotros mismos nos causamos por no habernos escuchado a tiempo. Desafortunadamente a cada persona le afecta con unos síntomas diferentes, pudiendo presentarse varios y en diferente grado de intensidad: náuseas, pérdida casi total de apetito, dolor de tripa, sensación de bola en el estómago, cansancio alto, dolor muscular… ¿Te suena alguno?

El problema, llegados a este punto sucede cuando la persona no identifica estos síntomas como autoproducidos y trata de buscar una causa externa en forma de virus o enfermedad, ya que acudirá al médico siendo posible que, tras varios análisis, pronuncie una de las frases más temidas al acudir a consulta: “no tiene nada”.

En definitiva, la solución no siempre está en tomar una pastilla o un medicamento. Es esencial dedicar un tiempo de introspección y análisis a nosotros mismos y conocer las formas en que nuestro cuerpo nos lanza señales de aviso. Es más sencillo y sensato apagar un papel que se ha comenzado a arder que esperar a que ese fuego se propague por toda la casa para comenzar a actuar.

Compártelo si te ha gustado

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *